Resulta que llevaba ya dos o veinte semanas de prisionero en la secta de Charles Manson, también conocida como Lion Park, en Sudáfrica cuando decidí pedir un día libre para que al menos me oreara un poco. Claramente en el Lion Park todo tenía un olor a orines de león insoportable. A mí ya me urgía que me diera al menos el aire cargado de smog o de La Rosa de Guadalupe o algo más familiar.
Con la excusa de querer comprarle souvenirs a mi familia, pedí un día libre para hacerlo y librarme de las tareas de aquel día. Todo iba bien hasta que terminé en un bazar rodeado de negros. O sea, que no todos aquí eran blancos? Pinche publicidad engañosa.
Ahí andaba yo buscando algo cool y representativo para llevarme de regreso cuando el dueño de uno de los changarros se acercó a mí y, siendo tan guapo, agradable, accesible y encantador, se decidió a hablarme. Ni me hace falta aclarar que soy casi perfecto porque encima de todo, soy bien humilde. A huevo.
Entonces el señor me empieza a preguntar de dónde era y esas madres que a nadie le importan y procedió a hacerla de guía turístico. Hay que aceptar que sus tips habrían sido bastante buenos si yo tuviera 20 años y surfeara y fumara mota diario (tal y como lo hacía cuando tenía 20 años), pero a mi edad y con mi maleta llena de cremas para la piel, evidentemente no iba a ocurrir. Por supuesto que eso a él le valía madre.
Luego le pregunté cuánto llevaba en Johannesburg y él me dijo que había venido por seis semanas… Hace 35 años. Verga. Nacer en Londres y acabar en Sudáfrica es como nacer en París y mudarte a México. Me quedó clarísimo que él también hizo esa conexión porque lo siguiente que me dijo fue: You remind me of myself 35 years ago! I look at you and I see me!
“No me jodas!”, pensé verdaderamente agraviado, “O sea que en 35 años voy a tener la piel de pergamino y pelo más largo que el vocalista de Twisted Sisters?”. Yo primero me muero.
Al final me dio un millón de consejos de vida y me recomendó mandar al diablo mi plan de mudarme a Montreal para mejor venirme al delicioso verano eterno de Johannesburg. Incluso me ayudó a pimpear mi CV y a contratar un plan de datos porque ya me estaba dando cruda de tanto tiempo sin conectarme a internet.
Todas las similitudes entre su vida y la mía, así como mi alta dosis de programas de ciencia ficción me hicieron creer que él era mi “yo” del futuro o al menos un guía espiritual o un pedo similar. Verga, que si eso es cierto voy a envejecer muy mal.
Peor aún, no le vi ningún anillo en la mano. En México, Montreal, París o Johannesburg, forever soltero. Espero al menos haya pasado por un millón de sudafricanos que todos están bien buenos.