Pues mi padre lleva fregándome por dos años para que ya me decida a vender mi coche porque cada año se deprecia más y nos van a dar dos soles guatemaltecos devaluados cuando por fin decida hacerlo. Obviamente yo no he querido hacerlo porque:
a) Me encanta mi coche.
b) Neta, me encanta mi coche.
c) Huevos a todos, en verdad me encanta mi coche!
Ajá. Pues como el 2013 fue el año de prepararse para el 2014 y los miles de cambios que (espero) vienen en camino, decidí hacerle caso a mi pobre padre y buscar un coche nuevo que cumpla todos mis requerimientos:
– Color.
– Sintoniza el iPod.
– Buen arranque.
– Standard (el automático es para Little Monsters, sépanlo).
– Un backseat cómodo para aquellos días que me da por dormir un rato o para cuando me da codo pagar el cuarto.
En realidad no pido mucho. Neta.
Pues, equis. Después de una incansable búsqueda encontré el coche que medianamente reemplazaba a mi bebé. Mi padre decidió que era momento de hacerme responsable – porque juro que él piensa que soy un inútil – y que yo sería quien pagase el coche. Ajá, pues eso lo decidió antes de decirle que renunciaba a mi trabajo (pero esa es otra historia).
Tras todo el contexto, es hora de pasar al momento en que mis padres decidieron trollearme como pocos lo han hecho: Amanecí el viernes y mi madre me ha dicho emocionada en demasía que había un coche nuevo esperándome afuera. Por supuesto que he tratado de controlar mi emoción y he seguido mi rutina de siempre: Besar a mi gato, ducharme, besar a mi gato, desayunar, besar a mi gato, armarme de valor para ir al trabajo y besar a mi gato.
Cuando salgo de casa, veo un Matiz en un sensual tono verde de ésos que únicamente ves en películas tipo Fast & Furious, en Satélite y en Coapa. O sea, un color verde que sólo un conductor fresa y de educación privilegiada podría escoger.
– ¿Tipo en dónde está mi coche, mami?
– Se lo llevó tu padre a venderlo.
– Ajá, pero ¿dónde está entonces la SUV que escogí?
– Mira, tu padre y yo reflexionamos y asumimos que ahora que renuncias lo único que podrías pagar era esto, así que… ¡felicidades, disfrútalo!
A estas alturas ya sabía que había valido madre, pero como soy una persona muy positiva, decidí ver el lado bueno de la vida:
– OK, ¿al menos tiene para el iPod?
(mi hermana, que en ese momento decidió salir a burlarse de mí)
– Güey, pendejo, a ver… ¡no tiene ni radio!
Y así fue como me convertí en el orgulloso propietario de un Matiz verde y sin radio. Mátenme.