Antes de iniciar con este post, quiero recordarles que soy un pinche borracho encanto de persona y mi inocencia llega a tal punto que muy, muy, muy, muy, muy de vez en cuando la cago. Dejando esa explicación a un lado… Mi compañero de peda no se llamaba Sean, sino Ryan. No quiero ni pensar en si alguna vez lo llamé por su nombre real o si sólo lo llamaba por el que yo juraba que era el real. Oso mil.
Ahora, volviendo a la historia principal…
No estaba dispuesto a morir en un tsunami, en un terremoto, en un ataque nuclear por parte del líder de Corea del Norte, Ping Pong II, aplastado por Godzilla, ahogado a mitad de un bukkake, etc. Oh, no. Ya a mis 21 años no estoy para esas chingaderas, oh, no. Pero no pensé en prevenirme en contra del enemigo básico de la humanidad: el chínguere.
Tremenda pinche crudota que me cargaba al día siguiente de mi tapón en Hiroshima. Al día siguiente llega Brett todo intenso a nuestro cuarto y nos dice que el tour se va, que no nos puede esperar, y que mucha pinche suerte llegando a Miyajima nosotros solos. Hijo de puta! Todavía que nos tuvimos que chingar sus shots de tequila porque el putito nos abandonó en el bar y ahora además nos abandonaba en Japón! Ya nada más le faltaba al cabrón que me mandara a hacerle la maleta porque se iba a comprar cigarros. Pinches hombres, neta.
Después de vomitar el baño como diez veces y rogarle a Cristo y a Buddha plena absolución por mis pecados, ya salimos hacia la estación de trenes. Obviamente yo siendo tan chic, tan fresa y tan lacio, llevaba mi mejor ropa a Japón. Con tanta moda vanguardista, no estaba para andar llevando menos, están de acuerdo? Ah, claro, pero nadie putas me dijo que estaba en plena temporada de monzón y mi ropa se lava en seco! FFFUUUUU-!
Entonces ahí voy con la lluvia, el granizo y el viento en una lancha hacia la isla. Ay, Dios mío, cuánto me acordé de Leena en esos momentos y su, “She gave all of herself in that party, and now she’s giving her insides too”. Casi me vomito, multiple times.
Tipo de que llegamos a la isla y todo mundo decía que era uno de los tres sightseeings más famosos de todo Japón y que el culo de todos los habitantes tenía el sello de Patrimonio Mundial de la UNESCO y la chingada. O sea, estaba muy fresa y así… o eso me dijo Google Images porque cuando llegamos a la puta isla, todo estaba cubierto por neblina y no veía ni mi nariz. Les juro que pensé que había llegado a Silent Hill.
Pues mi novio y yo tomamos un teleférico carísimo para no subir 2 kilómetros de montaña – tipo de que mi problema siempre ha sido de alcohol, no de dinero – y aprovechamos para comprar el de regreso porque ni de pedo íbamos a a bajar a pie. O sea no.
Ya llegamos a la cima, again, las fotos me pintaban todo el panorama muy bonito, pero la verdad es que se me congeló el glande con tanta lluvia y granizo. Después de todo un viaje muy fallido, decidimos buscar un templo que estaba oculto en medio de las montañas. Grave, grave, grave error.
Por supuesto que no lo encontramos jamás. Estuvimos caminando por la montaña por horas y de repente tuve la conversación más gloriosa con mi novio ever:
Mi novio: Oye, creí que habías comprado pases para bajar la montaña en el teleférico.
Yo: Sí, por?
Mi novio: Porque este camino nos lleva de regreso a la base de la isla.
EXCUSE ME, MUDAFUCKA? Resulta que él pensó que yo quería bajar la montaña y yo pensé que el camino que habíamos encontrado nos llevaba al templo. Y en ese momento, entre el granizo, la neblina, el hambre, la cruda, el mareo, mis zapatos Gucci echados a perder y mi derrota espiritual, no pude más que soltarme a reír y después a llorar. Lo peor es que estábamos literal a la mitad de la montaña. Si subíamos o si bajábamos, de cualquier forma eran dos kilómetros de caminata. No había salvación.
Por si se lo están preguntando, sí sobrevivimos.
Después de eso nos dirigimos a Kyoto a vivir mi fantasía de Geisha. Otro pedo, neta. Poca madre todos los templos a los que fuimos, los paisajes, las calles, etc. La neta podría haberme quedado por siempre ahí.
Resulta que Brett era súper amigo del scout de locaciones de la película Memoirs of a Geisha, entonces básicamente nos dieron un tour por todo el distrito de Gion y por todos los callejones, calles, templos y demás, en donde se filmó la película. Además el güey estuvo casado con una geisha, entonces tenía toda esa información insider que la neta complementó chingón el viaje. Bueno, eso y además era bien pinche pedo, como todos.
Pues John nos llevó hacia la sección en donde están todas las omiyas y ahí andábamos como pendejos esperando a que las geishas salieran del teatro para sacarles fotos como paparazzi. Lo primero que nos dijo el güey fue que si veíamos a una geisha sin peluca o sin maquillaje, que ni se nos ocurriera tomarle una foto o podían agarrarnos a putazos. Obviamente al pensar en lo delicadas y finas que son esas chavas, jamás lo habría pensado, no? Ah, pero no contaba con sus madrotas.
De que de repente sale una vieja gigante, y cuando digo ‘gigante’, me refiero al tamaño de Jabba the Hutt. Me sentí como en la escena de Jurassic Park cuando saben que se acercaba el T-Rex porque temblaba la tierra. Tipo y así.
Pues la madrota llega con John y…:
Madrota: You’ve been eating a lot of candies, look at you! *le pega en la panza*
John: Well, you’re not doing bad yourself!
PWNED!
Obviamente el encuentro pasó en japonés, pero como yo ya traía los ojos rasgados de tanta desvelada malsana, ya entendía perfecto el idioma. Obvio.
Estuvimos caminando un rato más y vimos varias geishas listas para el trabajo. La verdad me dejaron impactado todas esas chavas. Se veían muy, muy, muy bellas. No bellas en el sentido tradicional, tipo modelo de Victoria’s Secret, no. Bellas en un sentido más profundo. No sé cómo explicarlo realmente, pero haberlas visto con el maquillaje, el kimono, sus peinados, etc., fue demasiado impactante.
Al día siguiente conseguimos colarnos a una función privada de geishas, en donde se supone que tocan instrumentos, cantan, bailan, actúan, etc. Yo tenía toda la idea de que sería como presenciar el espectáculo de una vida, saben? Tanta cultura y tradición reunida en un solo lugar… vaya, en verdad tenía mis expectativas altas. Lamentable.
Empezó la obra y salieron las geishas bailando y así. Pues equis, tampoco esperaba coreografías de Michael Jackson, pero mis estándares eran altos. Tipo aclaro que eran altos no porque sea la persona más culta del planeta – que sí soy – sino porque estaba muy sobrio para bajarlos. Y en eso empiezan a cantar. A la belga! De repente me sentí en Korea en el matadero de gatos! Fue horrible, verdaderamente horrible. Entonces, en plena toma de decisiones Flight or Fight, decidí luchar contra este horror y me dormí. Oh, sí. Mientras Brett hablaba del orgasmo sensorial que había tenido, yo le dije que me había jeteado por completo. Murió un poquito por dentro. Según el muy mamón, ‘every great show needs a great audience’. Pues, huevos. Una cosa es un “great show” y otra cosa es una chingadera, y lo segundo fue lo que vimos.
Y es que la neta, Kyoto tenía tanto arte en sus calles que el pinche show de geishas fue una mamada total. Por ejemplo, saliendo del teatro un viejito comenzó a gritar como loco y tres guardias lo cargaron de los pantalones y lo llevaron corriendo hacia una esquina del lugar. Yo pensé que era una representación de algún evento importantísimo del periodo Edo o de algún otro. Tipo ya saben, batallas samurais, shogunes, castillos, Tom Cruise, Mulán, la mamada… Y después me di cuenta que lo habían llevado al baño porque se estaba cagando.
Let’s take a minute to recover from that one.
Pues de ahí nos fuimos a Hakone a quedarnos en un ryokan y a ver el monte Fuji. La versión oficial en Facebook es que tuve la vista más espectacular del chingado monte. De que el día perfecto, sin nubes, la cima con nieve, el sol, la madre y así. Un verdadero momento Kodak si me lo preguntan. Ajá, bueno. Ésa fue la versión en Facebook. La versión real y que comparto en este blog que nadie lee, es que no vimos nada. Estuvo lloviendo, estaba nublado, había neblina, no llevaba mis lentes… En fin, no vi nada. Pero nunca duden de mi inteligencia porque encontré un poster súper bonito del monte Fuji y le saqué foto para presumirle a todo mundo. Digan lo que digan, soy un chingón.
Ahí fuimos por la comida típica del lugar: Huevos hervidos en azufre. Básicamente los huevos son igual que un huevo cocido pero con la cáscara negra. Se supone que únicamente puedes comer 2 y por cada uno te dan 7 años más de vida. Pues de haber sabido que por comer huevos negros me daban años yo a estas alturas de mi vida ya habría experimentado el interracial, goey! Jajaja, qué pinche asco me di. Jamás, prefiero morirme joven que meterme con un negro.
En el ryokan agarramos el pedo en la habitación de Brett después de vernos el pito todos en los baños públicos. Yo era muy pudoroso y la madre pero, when in Rome… y así. Pues nos pusimos a ver y a traducir la novela del momento, porque sepan que en Japón también hay sirvientas y al parecer yo era una. Anyway, qu’est-ce que fuck con la pinche tele japonesa? Neta.
Todos los pinches comerciales, sin excepción tenían:
a) Botargas
b) Canciones ridículas
c) Caricaturas
d) Todos los anteriores
Y además tenían cero historia. De que, por ejemplo, anunciaban una bolsa de chocolates y salían dos pinches botargas de chocolate girando, casual. Después comenzaba la canción con un dibujo animado, se ponían a hablar de sepa la chingada qué cosas y al final volvían a salir las botargas girando. Ay, Dios mío, cuántos no vi así? Pero, OK, tipo es publicidad, no? Ah, pero la novela no estaba tan alejada de esa chingadera. A mitad de la novela salió una botarga gigante dentro de la casa de la protagonista y todos los personajes la veían como si el té que se acababan de hacer fuera de marihuana. Estaba muy cabrón el trip, pero cabrón en serio.
Eso y los programas de concursos, qué gloria. En fin…
Después de Hakone llegamos por fin a Tokyo, zOMG! La primerísima parada obviamente fue en Akihabara y yo andaba fangirling mamón con toda la mercancía de Evangelion 3:33. La neta yo sabía que Evangelion era enorme en Japón pero nada como lo que viví en Tokyo. Llegué justo el día que fue el lanzamiento del blu-ray de la película y TODO giraba alrededor de la serie. Había galletas, cepillos de dientes, rastrillos, desodorante, calzones, condones, vibradores, etc. Neta otro pedo. Yo obviamente no pude contenerme y me saqué foto con todo. A veces me doy asco pero ese día no era una de esas veces.
Además en Akihabara está todo el hentai, todo el anime y todos los videojuegos existentes, entonces… Bueno… Dejémoslo en que gasté mucho. Lo mejor de lo mejor fue orinar en los baños de las arcadias porque en los mingitorios también podías jugar. Onda de que en una pantalla te van marcando el score de cuánto estás orinando y a qué presión y se supone que en el videojuego eso es un monzón o un pedo así. Estaba cagadito. La verdad es que como yo soy pésimo perdedor, me bebí 2 litros de agua y pasé a sacarlos todos en una meada. Al parecer inundé toda la pinche aldea virtual. WINRAR!
Pero el juego real comenzaba y eso porque habíamos comido como 3 kilos de curry y ya comenzaba a hacer efectos en mi estómago. Me sentí como en pinche Saw: cagado y sin salvación. Oh, sí. La neta sí se puso rudo eso. Peor aún porque comí dos veces ahí. En fin…
Al final terminamos despidiéndonos de Brett y de los demás. Medio agarramos la peda en un bar de Shibuya y comimos McDonald’s por 73189719a vez para bajarnos el tapón. Ya sé, ya sé, muy pinche americano tragando hamburguesas en países extranjeros, pero es que la neta, después de comer arroz, tofu y pescado por 15 días yo ya no podía más. Me hacían falta mis calorías. Yes, I fucking just said so. La verdad sí extrañaré un poquito a esos güeyes. No porque me cayeran bien, sino porque compartimos algo chingón.
En temas menos mierderos – literalmente – también fuimos al Ghibli Museum. Fue mi pinche sueño hecho realidad. Fue como ir a Disneyland, neta estuvo súper chingón. La verdad lloré tres horas mientras veíamos el cortometraje pero es que fue imposible no hacerlo. Fue justo en ese momento que caí en cuenta que estaba en Japón, que estaba realizando un sueño que tenía desde los 10 años. En realidad fue una experiencia increíble. Vale la pena aclarar que tacleé a 20 taka-takas porque sólo quedaba un peluche de Totoro y no había cruzado todo el pinche océano Pacífico para no comprarlo. Like a Boss!
Después estuvimos como 100 horas buscando un pinche Neko Café porque mi novio quería pagar 1000 yenes por acariciar gatos por una puta hora. Y yo indignadísimo porque yo tengo un gato (de cuatro patas, no hablo de la gente de mi oficina) y el cabrón lo stalkea y lo acaricia a la fuerza y le genera cicatrices emocionales de por vida y no le cobro ni un mazapán! Bueno, casi lo mando hasta donde Cristo perdió los clavos. Y lo peor de todo es que tampoco los gatos japoneses lo querían. Conmigo se acercaron, se dejaron acariciar, los dormí, etc., y él de pie en un rincón viendo como los gatos salían corriendo apenas los volteaba a ver. Me cagué de risa un rato, la verdad.
En otras cosas, fuimos a un pueblucho cuyo nombre ya olvidé, porque mi novio otra vez andaba chingando con que quería ver animales. Que no mame, yo ya andaba que lo cagaba a bolas! En vez de pagarle el pinche viaje a Japón, le hubiera pagado un taxi al zoológico de Chapultepec! Por Cristo que estaba a punto, a punto, a punto de matarlo. Se salvó porque en Japón no hay cuchillos, pero ya estaba afilando unos palillos.
Ah, se llamaba Nagano! Anyway… Ahí nos ven en otra lluviosa y helada mañana caminando como pendejos para ver a los putos monos que se vayan en aguas termales en la cima de la montaña. Casi lo mato. En verdad que casi lo mato. Ya llegamos al pinche onsen y todos los monos dándose la vida en el jacuzzi. Todo estaría padrísimo, divino, de foto si no es porque los monos meaban y cagaban ahí, casi como los nacos en las playas públicas de Acapulco. Tipo y así.
Fuimos tres días seguidos al Sky Tree para tratar de subir a la pinche torre, pero la vida no lo permitió ni una vez. Ni pedo, la neta había unos bollos de cerdo agridulce a un lado de la entrada deliciosos, sólo por eso valía la pena echarse el viaje a la isla. También nos paseamos al Palacio Imperial, qué belleza de jardines. La neta me eché una jeta en uno de ellos, pero eso era parte de la experiencia, no?
Fuimos a cenar a un restaurante llamadao Ninja Akasaka… poca madre! De que todos los meseros están vestidos de ninja y para entrar nos dicen que tenemos que pasar por un entrenamiento ninja, no? Pues yo ya estaba sacando mi chi y el Meteoro de Pegaso y el Kame Hame Ha y el Poder del Prisma Lunar y mil otras referencias que podría haber utilizado en ese momento, y nel. Nada más teníamos que lavarnos las manos en una fuente, seguimos a la ninja, golpeó la pared, cayó un puente levadizo y llegamos al restaurante. Ya ahí cenamos delicioso, pagamos una cuenta enorme, pero valió la pena. El ninja master nos fue a visitar para hacernos trucos de magia, otro pedo. En fin, gran experiencia. Y saben qué es lo mejor? No hay que dejar propina.
Porque permítanme tantito pero aquí en México es el único puto país en donde tenemos que dejar propina hasta al pinche perro que va y se caga en el jardín porque nos está abonando el pasto. Allá en Japón dejamos propina una vez y nos fueron a perseguir para devolvernos el dinero y además nos atendían como lo que somos: Royalty. Aquí un pinche mesero huevón y jetón todavía te exige el 10%. Neta que me caga México, me recaga este pinche país y la bola de mierderos que viven en él.
Equis, ya lo superé.
El regreso ya fue de terror. En el pinche vuelo Tokyo – San Francisco, la azafata era una gorda tremenda, calibre Keiko, con toda la actitud de negra del Harlem. Cabe aclarar que era asiática. Inga. De que le están dando la comida a la vieja que venía detrás de nosotros and it went something like this:
Azafata asiática gorda from the hoodz: Chicken or beef?
Pasajera: I’m sorry, what?
AAGFTH: I said, ‘CHICKEN OR BEEF’!
*mi novio y yo nos volteamos a ver cagados*
P: Chicken?
AAGFTH: There’s no chicken left, so you’re eating beef!
*le avienta la charola a la mesa*
VERGA! Por supuesto que cada que pasaba por mi pasillo nada más le sonreía y le aseguraba con la mirada que no tenía huevos y no tenía que madrearme. Miedo total. Llegar a Estados Unidos era una putada. Siempre me pasaban al cuartito y para mi mala suerte, no había gang bang. Sólo me preguntaban 20,000 cosas. Bitches, o sea, tipo los criminales no están así de guapos y buenos. Neta es necesario que comiencen a juzgar el libro por la portada, tipo, gente bien aquí, GOEYS!
Al final estuve con un jetlag de la puta madre por 2 semanas. Fue horrible, neta. Muy pinche culero. Pero más culero fue regresar al trabajo. Ay Dios mío, ya! Fui a todos los pinches templos de Japón y oré en todos ellos, ya dejen de meterme el palo de rosas divino sin lubricante, por favor!
Pero después de todo esto, lo que más se quedó en mí fue una frase que nos dijo Brett en una de sus pedas:
Whenever I’m having a shitty day I go through my passport, see all the stamps and be like, ‘oh, no, I’ve done things, I’ve been places, I’ve lived, I’ve had a great life!’… it’s fucking therapy, man!
Y eso me había pasado mucho a mí últimamente. Antes de irme a Japón tenía la impresión de que no me movía, de que no hacía nada con mi vida, de que no había logrado nada y después vi todos mis sellos y fue como…
Chinguen a su madre, he tenido una vida poca madre.